Polemista implacable, André Glucksmann echó por tierra en otro
tiempo la filosofía marxista que fascinaba a una izquierda ciega
y sorda. Fiel a su método, apela a la realidad contra las ficciones
cómodas; a los encadenados y a las víctimas contra aquellos que
hablan en su nombre sin escucharles. Sensible a las verdades crueles
de la actualidad, no aceptaría ser considerado el guardián del sueño
de sus conciudadanos.
Se encuentra entre los pocos franceses que han considerado más
importante oponerse a Sadam Hussein que a George Bush, y que
han deseado la caída «por las buenas o por las malas» de la terrible
dictadura de Bagdad. Su crítica a las vaguedades y a las
contradicciones del «campo de la paz» introduce un gran debate
estratégico trasatlántico que dominará los próximos diez años.