La extraña


Sandor M. situa al protagonista, Victor Askenasi, en el Hotel Argentina de Dubronik. Un lugar que invita a disfrutar y que, sin embargo, le produce un gran desasosiego. Se trata de un cincuentón, profesor de Estudios Orientales que ha emprendido un viaje por el Mediterráneo para reflexionar sobre sus existencia en busca de un espacio de libertad. En realidad el trayecto de Askenasi será al interior de uno mismo.

Se hace preguntas fundamentales sobre la incertidumbre del amor o el sentido de su vida mientras va enhebrando recuerdos. Hay párrafos inolvidables en los que nos contagia la insatisfacción de su espíritu.

Lo mejor de “La extraña” son los soliloquios, especialmente los del último capítulo. Askenasi desvela su intimidad ante una naturaleza solitaria. “En la cima de la isla, sumido en aquella iluminación insólita y alarmante, se sintió solo por primera vez en su vida. Eso lo sorprendió. Sus amigos solían considerarlo “una persona solitaria”. Ahora le pareció que no había tenido ni idea de lo que era la soledad, había vivido en medio de un gran tumulto desde el momento de nacer. Aquello era por fin la soledad: lo que le rodeba allí, aquel crepúsculo incoloro y agonizante, aquel silencio denso y oleoso, y allá abajo el mar, cuya inmensa superficie reflejaba el vacío del cielo; y él, al fin, podía agarrase a aquella costa como un náufrago al arrecife”.